Comentario
Tras la victoria de Alesia, quedaba aún la compleja tarea de organización de la provincia en términos estables, que el procónsul dirigió desde su cuartel general en Nemetocenna (Arras): regulación de las relaciones de cada tribu con Roma, fijación de tributos, imposición de gobiernos fieles... César podía dictar despóticamente su voluntad, después de ocho años de guerra ininterrumpida, a un territorio vencido y exhausto, con un escalofriante balance: 800 pueblos saqueados, grandes regiones devastadas, un tercio de la población en edad de llevar armas caída en la lucha y otro tercio esclavizado.
La victoria de Alesia era, sin duda, un importante paso en el sometimiento de la Galia, pero no definitivo. Aquí y allá continuaban focos aislados que requerían atención inmediata, antes de que dieran lugar a nuevas concentraciones de resistencia. César -ahora con cuartel general en Bribacte- terminó la pacificación de la Galia central con el sometimiento de bitúriges y carnutos. A comienzos del año 51, le tocó el turno al ámbito septentrional de los belgas, mientras diferentes cuerpos de ejército se desplegaban por los pueblos de las orillas del Loira, Bretaña, Normandía y el oriente trévero, devolviéndolos a la obediencia romana. El cruento epílogo de la guerra gálica tuvo su escenario en Uxellodunum, en la Dordoña, donde los últimos jefes galos creyeron poder resistir. César les privó del suministro de agua y les forzó a capitular, castigándoles bárbaramente con la amputación de las manos. El resto de la campaña fue ya simplemente una concesión a la vanidad del procónsul, que recorrió la Aquitania para recibir personalmente las muestras de sometimiento de sus habitantes.